sábado, 23 de mayo de 2015

Levantarse con la pata izquierda

¡Guau!

Hay días que te levantas con la pata izquierda, y no, no me estoy refiriendo a aquellos en los que hay menos comida o no te dan los mimos necesarios, no. Me refiero a esos días en los que notas que todo te sale mal y que tu suerte brilla por su ausencia. Esos son los días en los que te levantas con la pata izquierda. En los otros, como mucho, te despiertas con la pata derecha trasera.

Hoy han pasado cosas que van a marcar mis meses de verano, y ya os lo advierto, no son nada buenas. ¡He tenido que ir dos veces al veterinario! Me han hecho muchísimo daño.

Para los que no me conozcáis, voy a intentar poneros en situación. Tengo un pelaje y unas orejas preciosas, que son la envidia de cualquier ser de la naturaleza. Lo que pasa es que, para no ser de forma tan clara el ser más maravilloso del mundo, el Dios Salchicha tenía que fabricarme con algún desperfecto, para evitar que las envidias delas que dispongo fueren mucho más altas que las que hay ahora mismo.


Ese desperfecto es que soy propenso a que se me claven espigas, o ramitas secas picudas, en los oídos.


Cuando hoy me levanté, fui como todas las mañanas al bosque. Allí corrí, marqué mi territorio y recibí abrazos de todo el que me cruzaba. Todo perfecto. Pero cuando me acerqué a una planta a olerla… ¡ZAS!, noté el pinchazo muy cerca de mi tímpano. Una rama muy afilada se había metido hasta dentro. Intenté sacudirme, restregarme contra el suelo, e incluso quitármela con la pata. Nada dio resultado. Por ello fui rápidamente a buscar a mamá para que me ayudase.

Ella me miró preocupada. «¿Estás bien, Koko?». Pero nada, le indiqué dónde me dolía y ella me miró. Solté un gritito de dolor cuando me tocó la oreja. Menos mal que no había más perros cerca, no puedo permitirme que piensen que tengo sentimientos.

Entonces me cogió con la corre y corrimos al veterinario. Ella no paraba de repetirme cosas como «¿Otra vez?» o «Entre trescientos elegimos el mejor, eh», aunque todas ellas las decía con una sonrisa en los labios.

Llegamos a nuestro destino y el veterinario me acarició la cabeza. Me miró con sus cacharros dentro del oído y le dijo a mi madre que me tenían que dormir. Me pincharon con una aguja muy grande y, poco a poco, caí dormido.



Cuando me desperté me sentía como si volaba. Todo daba vueltas y yo solo sentía ganas de reír. Me di cuenta de que en las alturas avanzas mucho más lento. Me costaba muchísimo esfuerzo mover las patas. Supongo que las grandes corrientes que por ahí circulan haciendo volar a los gatos con alas serían las culpables. Algún día tendría que aprender a volar. Seguro que puedo coger las alas de hada que mi hermanito me regaló un día.

Llegamos a casa. Yo seguía demasiado mareado., así que decidí pasarme el resto del día tumbado. Pero mi cuerpo no iba a dejar. Durante horas estuve vomitando y teniendo arcadas. Yo intentaba llorar y acercarme a mi familia para que me cuidase, pero estaba tan cansado que se me cerraban los ojos. Por suerte, casi todas las veces en las que mi cuerpo se despertaba de repente con ganas de vomitar estaba alguno de ellos sujetándome la patita.


Por la noche volvía a tocarme salir. Cuando dijeron «a la calle» mi cuerpo se levantó como si tuviese muelles en las patas, aunque mi cabeza estuviese todavía viajando por mundos paralelos.

Fuimos al descampado a buscar a mis amigos y allí me puse a jugar. Corrimos, saltamos unos encima de otros, y… ¡ZAS! ¿Otra ves se me había vuelto a clavar otra? Pero esta era mucho más profunda. Intenté arrastrarme por el suelo y quitármela, pero nada. Me dolía mucho. Cuando ya no lo pude soportar eché a llorar. Temblaba y lloraba. Todo el mundo me estaba abrazando, y aunque eso ayudaba teníamos que ir al médico ya. Lo necesitaba. Nunca había sentido tanto dolor. ¿Por qué me temblaba tanto el cuerpo?

Mi hermanito y mi madre me metieron rápido en el coche y nos fuimos al veterinario de urgencia. Allí me puso encima de la camilla y se dispuso a sacarme aquella rama. Pero espera un momento, ¿por qué lo iba a hacer sin anestesia? No no, duérmeme primero, por favor.

Le escuché y oí como le decía a mi familia que no podía dormirme, que un perro no puede aguantar dos anestesias en un día.

Entre todos me sujetaron. Mi hermanito no pasaba de decirme al oído que todo iba a estar bien, pero que tenía que ser fuerte. Me caí varias veces de la camilla. Salté de dolor. Lloré como no lo había hecho nunca, pero al final salió.

Me soltaron y me restregué por el suelo, intentando que el frío del mármol calmase un poco el dolor. Me seguía doliendo mucho pero ya no era como antes.



¿Lo peor? Me han prohibido ir al descampado y al bosque durante los meses de verano. ¿Qué se supone que voy a hacer ahora? ¿Pasear con correa? ¿Cómo si fuese un perro más?

Entre todos me volvieron a llevar a casa y mi hermanito me subió a su habitación.

Ahora escribo estas líneas mientras él duerme abrazándome. Y si me perdonáis, creo que la historia es ya bastante larga. Voy a apagar esto y voy a ponerme a abrazarle yo también.

Koko


2 comentarios:

  1. Hola!!
    Uhhh... pobrecito! espero ahora esté mejor... a la perrita que tiene mi novio le pasó lo mismo, se le clavaron espigas en la pata de adelante.. Se la sacaron y todo, pero le quedaban más adentro; hasta que le cortaron con un bisturí y le pudieron sacar el resto. A ella no le pudieron poner anestesia porque es muy viejita..
    Espero ya no se le claven más y se mejore de ese horrible día.

    Saludos!!

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    1. Parece ser que mi perro no es el único pupas jaja. Bueno, esperemos que ahora ya no siga así, pero es que cada vez que ve espigas bucea en ellas...

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